Hemos
tenido conocimiento de un informe que se publicó, (ahora sí de verdad), en la
prensa alemana a través del colaborador de “Público”, Vicenç Navarro. Se trata
de un informe realizado bajo la dirección de Jürgen Habermas, quizás el filósofo europeo más influyente, firmado
junto con su colega Julian Nida-Rümelin
y el economista Peter Bofinger, publicado en el Frankfurter AllgemeineZeitung, afortunadamente traducido al inglés por The Guardian. En alemán
aparece bajo el epígrafe de Einspruch
gegen die Fassadendemokratie, que se puede traducir por “democracia real ya”; y
en inglés “Sólo una más profunda unificación europea puede salvar la eurozona”.
Vicenç Navarro llama al artículo: Ahora más que nunca, Europa; que es un título
que nos parece bien.
Hemos buscado por toda la red una traducción del
informe y no la hemos encontrado, así que, con la valentía habitual, proponemos
una traducción. Si alguien al constatar algún malentendido en la traducción
realizada se ríe de nuestra ignorancia le rogamos que ayude a mejorarla y
publique una mejor traducción o, si lo quiere, que nos lo haga saber para que lo
corrijamos si fuera necesario.
Ahora
más que nunca, Europa.
Jürgen
Habermas, Peter Bofinger y Julian Nida-Rümelin
Traducción del inglés Manuel Larios.
La
crisis del euro refleja el fracaso de una política sin salida. El gobierno
alemán no tiene la valentía de ir más allá del simple mantenimiento de una situación
que se ha vuelto insostenible. Por esta razón, a pesar de los extensos
programas de rescate y las cumbres para las innumerables crisis, la situación
de la zona euro no ha dejado de deteriorarse en los últimos dos años. Por causa
de la crisis económica, Grecia se enfrenta a la perspectiva de abandonar la
zona euro, lo que tendría incalculables efectos en cadena para los otros países
miembros. Italia, España y Portugal están entre las garras de una recesión
severa, que está haciendo aumentar el desempleo. La recesión económica en estos
países con problemas convierte la frágil situación de los bancos en otra aún
más precaria, y la creciente incertidumbre sobre el futuro de la unión
monetaria está minando la confianza de los inversores, que son cada vez más
reacios a comprar bonos emitidos por países con problemas. El aumento de las
tasas de interés de los bonos del gobierno, junto con el progresivo deterioro
de la situación económica, están dificultando los procesos de recuperación, los
cuales nunca son fáciles en una primera fase de la recesión.
Esta
desestabilización que se auto-refuerza es en gran parte el producto de
determinadas estrategias de gestión de la crisis, que apenas han comenzado a
abordar el reto de la consolidación de las instituciones europeas. El hecho de
que los intentos de hacer frente a la crisis en los últimos años se hayan
caracterizado por un alarmismo que sólo ha empeorado las cosas sirve para poner
de relieve la falta de creatividad política.
Sin
embargo, la necesidad de dar un paso adelante importante en la integración
europea no se deriva únicamente de la actual crisis de la eurozona, sino
también para poner freno a las malas prácticas del sombrío universo paralelo
que los bancos y fondos de inversión han creado junto a la economía real de
bienes y servicios. Para ello es preciso que nuestros políticos se impliquen en
tomar el control de nuevo. Las medidas necesarias para recuperar una adecuada
regulación son bastante obvias. Sin embargo, no se están aplicando, en primer
lugar porque una aplicación de estas medidas a nivel nacional, tendría
consecuencias contraproducentes, y en segundo lugar porque la agenda
regulatoria que surgió de la primera cumbre del G20 en Londres en 2008 podría
requerir una acción coordinada a nivel mundial, lo que para el presente se hace
imposible por la fragmentación política de la comunidad internacional.
Una
gran potencia económica como la UE, o en su defecto la eurozona, podría
convertirse en abanderado del camino a
seguir a partir de ahora. Sólo una consolidación significativa de la
integración europea puede sostener una moneda común sin la necesidad de una
serie interminable de rescates, lo que a largo plazo pondría a prueba la
solidaridad de las poblaciones nacionales europeas de la zona euro en ambos
lados - los países donantes y beneficiarios – que podrían alcanzar un punto de
ruptura. Esto significa, sin embargo, que la transferencia de la soberanía a
las instituciones europeas es inevitable para imponer disciplina fiscal
efectiva y garantizar un sistema financiero estable. Al mismo tiempo,
necesitamos una coordinación más estrecha de las políticas financieras,
económicas y sociales de los países miembros, con el fin de corregir los
desequilibrios estructurales en la zona de moneda común.
Los problemas actuales
La
escalada de la crisis muestra que la estrategia previamente impulsada por el
gobierno alemán en Europa se basa en un diagnóstico equivocado. La crisis
actual no es una crisis del euro. El euro ha demostrado ser una moneda estable.
Tampoco la crisis actual es una crisis de deuda específicamente europea. En
comparación con los EE.UU. y Japón, la Unión Europea - y dentro de la UE la
zona euro - tiene el más bajo nivel de endeudamiento de las tres regiones
económicas. La crisis es una crisis de refinanciación que afecta a los
distintos países de la zona euro, y se debe principalmente a un insuficiente
apuntalamiento institucional de la moneda común.
La
profundización de la crisis deja en claro que las soluciones probadas hasta
ahora han fallado. De modo que el peligro reside en que la unión monetaria en
su forma actual no pueda sobrevivir mucho tiempo sin un cambio fundamental de
estrategia. El punto de partida para un cambio de rumbo en nuestra forma de
pensar reside en un diagnóstico claro de las causas de la crisis. El gobierno
alemán parece asumir que los problemas han sido básicamente causados por la
falta de disciplina fiscal a nivel nacional, y que la solución es ante todo una
rigurosa política de recortes de gasto de los distintos países. A nivel
institucional, los alemanes quieren que este enfoque se sustente en estrictas
reglas fiscales en el primer caso, complementados con fondos de rescate que
resultan cuantitativamente limitados y están sujetos a ciertas condiciones, de
tal modo que se fuerce a los países interesados a adoptar políticas de
austeridad extrema, que ya han debilitado sus economías e impulsado el desempleo.
Actualmente,
los países con problemas no han logrado limitar sus costes de refinanciación a
un nivel manejable, a pesar de amplias reformas estructurales y unas políticas
de recortes de gastos inusualmente severas para los estándares internacionales.
Los acontecimientos de los últimos meses apuntan a una conclusión: que el diagnóstico del gobierno alemán y su
terapia han sido demasiado unidimensionales en su concepción desde el principio.
La crisis no ha surgido sólo porque ciertos
países se han portado mal, sino que se debe en gran parte a problemas
sistémicos. Estos no pueden ser resueltos por un mayor esfuerzo a nivel
nacional, sino que requieren una respuesta sistémica.
La
actual inestabilidad de los mercados financieros está siendo motivada por el
riesgo de que un país en particular pueda llegar a ser insolvente, y porque los
riesgos sólo pueden ser eliminados, o al menos limitados, por las garantías
colectivas de los bonos gubernamentales emitidos en la eurozona. Existe la
preocupación de que esto podría crear desincentivos, lo que debe ser tomado muy
en serio. La única forma de disipar estas preocupaciones es asegurar que las
garantías colectivas se combinen con un estricto control colectivo sobre los
presupuestos nacionales. Esto significa, sin embargo, que el grado de control
fiscal necesario para sostener las garantías colectivas ya no es factible en el
contexto de la soberanía nacional a través de reglas estipuladas
contractualmente.
Opciones alternativas
Sólo
hay dos estrategias coherentes para hacer frente a la crisis actual: un retorno
a las monedas nacionales en toda la UE, lo que expondría a cada país a
fluctuaciones imprevisibles de los mercados de cambio extranjeros, altamente
especulativas, o la fundamentación institucional de una política económica
colectiva, fiscal y social en la zona euro, con el objetivo adicional de
restaurar a los responsables políticos su capacidad perdida a causa de los
imperativos del mercado a nivel transnacional. Y mirando más allá de la crisis
actual, la promesa de una "Europa social" también depende de esto.
Sólo una Europa unida políticamente ofrece alguna esperanza de revertir el
proceso - ya muy avanzado - de transformación de una democracia de ciudadanía
basado en la idea del Estado social en un simulacro de democracia regida por
los principios del mercado. Sólo por esta razón - porque se refiere a esta
perspectiva más amplia - la segunda opción merece preferencia sobre la primera.
Si
queremos evitar un retorno al nacionalismo monetario y una crisis del euro
permanente, tenemos que hacer ahora lo que no se hizo en el momento del
lanzamiento del euro: hay que comenzar el proceso de avance hacia la unión
política, empezando por el núcleo europeo de los 17 países miembros de la UME.
Creemos
que debemos estar totalmente abiertos a este proceso. Sencillamente, no es
posible mantener la moneda común sin que se defienda también la idea de la
responsabilidad colectiva y la corrección del déficit institucional en la
eurozona. La propuesta del Consejo de Expertos Económicos sobre la creación de
un fondo de deuda para el rescate colegiado ha sido rechazada por el gobierno
alemán, pero su atractivo reside precisamente en el hecho de que pone fin a la
ilusión de la soberanía nacional continúa apostando abiertamente por establecer
el principio de responsabilidad colectiva. Sin embargo, tendría más sentido
mutualizar la deuda de la eurozona dentro de los criterios de Maastricht - así
hasta el límite del 60%, en lugar de por encima de ese nivel.
Mientras los gobiernos europeos no digan
claramente lo que realmente están haciendo, se seguirán socavando los cimientos
democráticos ya de por sí débiles en la Unión Europea. El grito de batalla de
la Guerra de la Independencia Americana - "No taxation without
representation" - tiene una resonancia nueva e inesperada hoy: toda vez
que se cree un espacio en la zona euro para políticas que resulten con efectos
redistributivos a través de fronteras nacionales, los legisladores europeos que
representan a las personas (directamente a través del Parlamento Europeo y del
Consejo de forma indirecta), debe ser capaces de decidir y votar estas
políticas. De lo contrario, se estaría violando el principio de que el
legislador quien decida cómo el dinero público se gasta es el mismo que el legislador
democráticamente electo que aumenta los impuestos para financiar este gasto.
No a la comunitarización de la política
por la puerta trasera
Sin
embargo, la memoria histórica de la unificación del Reich alemán que fue
forzada en muchas partes del país por encima de razones dinásticas debe servir
como una advertencia para nosotros. Los mercados financieros no deben ser
obligados a jugar con complejas y poco transparentes estructuras, mientras que
los gobiernos aceptan mansamente la imposición a los pueblos de un poder
ejecutivo centralizado que asume una vida propia por encima de sus cabezas.
Antes de que se llegue a eso, la gente tiene que dar su opinión. Como
representante del país más grande de los donantes en el Consejo Europeo, la
República Federal debe tomar la iniciativa y presentar una resolución para
convocar una convención constitucional. Esta es la única forma de salvar la
brecha de tiempo inevitable entre las medidas económicas inmediatas que se
deben poner en marcha, pero que todavía pueden ser revocadas, y la legitimación
retrospectiva que pueda ser exigida. Si los resultados de los referendos son
positivos, los pueblos de Europa podrían recuperar, a nivel europeo, la
soberanía que les fue robada por "los mercados" hace mucho tiempo.
La
estrategia del cambio de tratado está diseñada para lograr el establecimiento
del núcleo político de la moneda única europea, la que a otros países de la UE
- en particular Polonia - se les permitiría unirse. Esto requiere de un
pensamiento claro acerca de la composición política de una democracia
supranacional que permita el gobierno colectivo sin asumir la forma de un
Estado federal. El Estado federal europeo es un modelo equivocado, exigiendo
una mayor solidaridad de la que las naciones europeas históricamente autónomas
están dispuestas a contemplar. La consolidación de las instituciones que ahora
se requieren podría estar guiada por el principio de que el núcleo de una
Europa democrática debe representar a la totalidad de los ciudadanos de los
estados miembros de la UEM, pero a cada ciudadano individual en el desempeño de
su doble capacidad como ciudadano participante directamente de la reformada
Unión por un lado, y como miembro indirectamente participante de una de las
naciones europeas implicadas, por otro.
No
estaría fuera de lugar que el Tribunal Constitucional Federal tome la
iniciativa de los partidos políticos y anuncie un plebiscito para reformar la
Constitución. Eso significaría que las partes ya no podrían evitar tomar una
posición sobre las opciones que se han mantenido en la sombra hasta ahora. Una
iniciativa conjunta apoyada por el SPD, CDU y los Verdes para establecer una
convención constitucional, que podría ser votada en el mismo momento que el
plebiscito sobre la Constitución (pero no antes del final de la próxima
legislatura), no podría tildarse de irrealista. Esta sería la primera vez que
Alemania llevaría a cabo un debate público de este tipo, en el que se formarían
las opiniones y las decisiones sobre las diferentes opciones políticas para el
futuro de Europa, y creemos que hay una buena probabilidad de que en el curso
de este debate una alianza de partidos políticos sea capaz de persuadir a una
mayoría del electorado de las ventajas de una unión política.
Un amplio debate público es necesario.
Los cuatro años de crisis han traído todo tipo de temas a la palestra y han centrado
la atención de los diferentes públicos nacionales, como nunca antes, sobre las
cuestiones europeas. Uno de los resultados de esto ha sido el despertar de una
conciencia de la necesidad de regular los mercados financieros y corregir los
desequilibrios estructurales en la zona euro. Por primera vez en la historia
del capitalismo, una crisis provocada por el sector más avanzado, los bancos, ha
tenido que ser resuelta por los gobiernos al obligar que sus ciudadanos, en su
calidad de contribuyentes, paguen por las pérdidas sufridas. En este punto, la
barrera entre procesos sistémicos y los procesos de la vida real desaparece.
Los ciudadanos están indignados con razón. El sentimiento generalizado de
injusticia se deriva del hecho de que los procesos sin rostro de los mercados
hayan asumido una dimensión directamente política en la percepción popular.
Este sentimiento se combina con un sentimiento de ira, reprimida o no, de la propia
impotencia. Para contrarrestar esto, necesitamos una nueva política de
auto-recuperación.
El
debate sobre el propósito y el objetivo del proceso de unificación presentaría
una oportunidad para ampliar el centro del debate público, que hasta ahora se ha
limitado a las cuestiones económicas. La conciencia de que el poder político
mundial está pasando de Occidente a Oriente, y la sensación de que nuestra
relación con los EE.UU. está cambiando, se combinan para presentar los
beneficios sinérgicos de la unificación europea en una nueva luz. En el mundo
post-colonial el papel de Europa ha cambiado, y no sólo con referencia a la
dudosa reputación de los antiguos poderes imperiales, por no hablar del
Holocausto. Proyecciones futuras respaldadas por datos estadísticos indican que
Europa se encamina a profundizar el cambio consistente en transformarse en un
continente de contracción poblacional, disminución de la importancia económica
y disminución de significación política. Los pueblos de Europa deben aprender que
sólo pueden conservar su bienestar, su modelo de estado social y la diversidad
de sus culturas de Estado-nación al unir fuerzas y trabajar juntos. Deben aunar
sus recursos, si quieren ejercer cualquier tipo de influencia en la agenda
política internacional y en la solución de los problemas globales. El abandono de la unificación europea supondría
ahora la salida de la escena mundial.
(N.
del T.) Las negritas en el texto son mías.